Al ritmo de tus pasos

Te descubrí por una mera y feliz casualidad mientras cenaba con unos amigos en un restaurante argentino. Sé que es un cliché pero así es como te disfruté por primera vez. A la mitad de la cena y sin mayor aviso que el sonido de un tango, entraste en mi vida.

Lo primero que vi fueron tus largas piernas ataviadas con medias de red,  siguieron tu vestido largo con una desafiante abertura en el costado, tu pelo perfectamente alisado y recogido en una vistosa trenza, adornado por un tocado floral. Tus ojos aceituna. Tus manos expresivas de finos dedos y tu piel, blanca como alcatraz.

Pero todo esto no era más que el accesorio de tus elegantes movimientos, calculados, precisos, gráciles y sumamente erotizantes. Si bien bailabas con alguien, nunca me percaté de ello pues yo te veía flotar rítmicamente sin mayor comparsa que un tango.

Al finalizar el 3er. tango desapareciste de la improvisada pista, justo cuando deseaba ver, saber y disfrutar más de tí.

La semana siguiente regresé al restaurante y escogí una mesa desde la que te podría admirar sin intromisión alguna; que larga fue la hora que tuve que esperar a que aparecieras. Esta ocasión traías un vestido azul, mucho más corto que el anterior y que hacía juego con el hermoso broche que adornaba tu alisado cabello.

Mientras te veía flotar nuevamente, en un velóz movimiento de piernas pude observar un instante lo que parecía tu sexo desnudo. La duda se apoderó de mi por completo y el morboso placer se sumó al goce estético de verte bailar.

Que cortos los tres tangos y que grandes mis ansias, sin más remedio que el de esperar hasta la semana siguiente terminé mi cena y me dispuse a ir a casa. Sin embargo otra feliz casualidad hizo que me encontrara con tu pareja de baile justo cuando salía del restaurante.

Fueron las ganas de saber algo más de tí lo que me hizo acercarme para felicitarle y sacar cualquier dato extra. Obtuve todo un itinerario de tus presentaciones.

Así fue que comencé a rondar el mundillo del tango en México, pero en verdad podría decir que comencé a rondarte. Descubrí que tenías varias parejas de baile y que con cada una de ellas cambiabas un poco tu estilo al bailar pero tu esencia era la misma.

A fuerza de verme aparecer en la mayoría de tus presentaciones, comenzaste por sonreirme, después por saludarme y finalmente por aceptar una copa de tinto que se convirtió en una larguísimo santiamén, en el que por arte de magia se nos diluyeron 5 horas en lo que parecieron 20 minutos.

Dos semanas después pude verte caminar desnuda por mi casa, con el mismo garbo y lujo con el que bailas. Si bien me intentaste enseñar a bailar tango, te diste por vencida al ver que no tengo ni el sentimiento ni la destreza para hacerlo y preferiste que nuestras noches discurrieran en la cama.

Me despejaste la duda de tu sexo desnudo al bailar, entendí que el tango sacaba lo arrabalera de la profundidad de tu elegante ser, que tu sexo terminaba empapado y a punto de escurrir al bailar, que quizá fue el discreto aroma de tu vulva húmeda mientras bailabas lo que me hipnotizó desde la primera vez y que no tenías otro amor que no fuera bailar tango.

La elasticidad de tu cuerpo y el gusto de nuevas sensaciones, nos llevó a posiciones inverosímiles, acrobáticas y en momentos hasta ridículas.. pero a quién le importaba eso cuando los sentidos se encontraban tan exaltados.  Cómplice perfecta en extravagantes aventuras en las que nos sedujimos en tantos lugares y formas.

Tras mucho buscar finalmente encontramos una chica que bailara tango contigo. Hermoso espectáculo verlas bailar desnudas, casi tan hermoso como verlas en la cama juntas.

De que otra forma podía terminar nuestro tango si no con la melancolía y tristeza de verte regresar a tu natal Rosario, tras ocho meses de seguir el ritmo de tus pasos.

2 respuestas a “Al ritmo de tus pasos”

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