La Terapia de la Pancita

-“¿Tú, con arrepentimientos?, ¡no mames!”- Disparó Cabrolina a quemarropa.

-“Ya tengo canas, qué quieres.”- Respondí en una pésima defensa.

Cabrolina me conoce desde hace por lo menos 18 o 19 años, Jamás nos hemos liado en algo que nos lleve más de 4 horas juntos, porque en el sobrenombre lleva la cruz, me lleva casi 30 años y por supuesto no me simpatiza.

Apareció en mi vida en uno de los lapsos de soltería más intensos que he vivido y ha sido testigo de muchas aventuras. Pero también me ha visto “hasta las manitas” por alguien. Así que conoce mis claroscuros a la perfección.

“Amiga” mordaz, directa, cabrona y en ocasiones muy ojete, es una de las personas que no busco a menos que verdaderamente sea necesario. Hoy fué una de esas ocasiones. Continuar leyendo “La Terapia de la Pancita”

El momento de la verdad

Dormir en el centro de la cama, mudar mi ropa al que fuera su clóset, ver el espacio vacío que sus cosas dejaron, sentir en los huesos su silencio, habitar el que fuera nuestro espacio, abrir la alacena, un clóset, una caja, la lavadora, el baño o cualquier cosa y encontrar un recordatorio de ella, recordar día a día nuestro universo, nuestras frases.

Este es el momento de la verdad, el polvo de la pelea se ha asentado y el panorama es claro. Desolador, pero finalmente claro: He alejado a la mujer de mi vida, así de llano y crudo.

Atrás quedaron los sueños, los proyectos, los deseos compartidos, atrás quedó el amor.

Me veo en el espejo y como nunca antes en mi vida, veo reflejada mi soledad. Es justo ahora cuando tengo que comenzar a moverme, romper la inercia de la separación, reevaluar absolutamente todo y comenzar de nuevo. No tengo el menor deseo de recomenzar, pero lo tengo que hacer.

No queda otra dirección mas que adelante, no sé que me encuentre en este camino que hoy comienza, pero no tengo otra opción mas que seguirlo, al principio con un paso lento y tambaleante, con el deseo de pronto tomar vuelo y encontrar nuevamente en el espejo mi reflejo completo.

Mi tabla de salvación adoptó la forma de una frase, que repito insistentemente ante cada embate de la memoria: “Salta valiente, salta”. En ella he volcado mi resto, apuesto lo muy poco que me queda en estas tres palabras.

Justo ahora es el momento de la verdad: o te paras o te mueres.