Había quedado con A de ir a cenar para conocernos, quizá ir a bailar y ver qué sucedía.
Generalmente dejo que la otra parte eliga lugar y hora para facilitarlo y yo adecuarme, en la medida de lo posible, a sus horarios. En esta ocasión me cambió el lugar y la hora varias veces en un lapso de 3 horas, por lo que el primer foco de alerta se prendió.
Ya que finalmente se decidió por un lugar y una hora, llegué puntual, bañado, arreglado y cumpliendo las convenciones sociales de pulcritud. A la mesa que ocupaba llegó una mujer honestamente desaliñada y con un fuerte olor mmhh.. digamos a “no limpio” se presentó como A.
Obviamente, no podía levantarme e irme, así que veamos que nos depara la noche.
Mientras hablábamos (ojo, no platicábamos.. hablábamos) la distancia entre su mundo y el mío se acrecentaba de manera exponencial, a ella le gusta el blanco, yo prefiero negro, ella toma pepsi, yo tomo coca (¡¡el refresco, malpensados!!) etc..
Al llegar el segundo platillo la distancia era abismal y por más que yo deseaba que la mesa se hiciera de unos 40 metros de ancho, pues la mesa namás no crecía. La plática era tan fluida como el periférico a las 7 de la tarde en un viernes de quincena y con aguacero.
Se me ocurrió que el alcohol podría anestesiarme y hacerme la noche un poco más llevadera, asi que le sugerí pidiéramos un drink. ¡¡¡¡Grandiosa idea Maarcooo, bieeeeeeen!!!! comenzó a beber como recién salida de la granja de rehabilitación.
Bueh, 3 “Paris de noche” después, decidió que estaba lista para una noche de pasión, así que me sugirió la idea de irnos a un “lugar más cómodo”. De inmediato me acordé que tenía que doblar todos mis calcetines, lavar ropa, planchar y almidonar mis camisas, limpiar uno por uno los tiroles del techo de mi casa y pues ni modo, todas estas actividades me evitaban poder disfrutar de su compañía.
¿Cómo le dices a una mujer medio borracha que no te gusta y que no pretendes acercarte a menos de 2 metros de ella?, pos así.. como va, total de un cachetadón, un golpe con su bolsa, una copa de paris de noche en la cara o un cucharazo no pasa..
“A, me apena muchísimo pero creo que no existe ni química ni empatía entre nosotros y no quiero que te sientas obligada de ninguna forma..” estaba yo en pleno choro disculpador, cuando una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.
“No sabes el peso que me quitas de encima, la verdad es que esta es la primera cita de este tipo a la que asisto y no estoy segura ni siquiera de querer o el porqué lo estoy haciendo..”
Resulta que A es casada y que a raíz de que descubrió que su esposo tiene un perfíl en una página de contactos, pues decidió pagarle con la misma moneda.
Me contó la patoaventura por la que pasó para escoger las peores garras de su guardaropa, el peor peinado, lo que pasó para pensar un lugar seguro, donde sus hijos no la encontraran, pero lo que de verdad me tenía destornillado de la risa era cómo consiguió el “sexy” olor que traía.. pues usó como chal, la toalla del perro durante el trayecto de su casa al restaurante.
Allí fue cuando la velada verdaderamente comenzó, los dos reíamos como escuincles de su patoaventura. Un cafecito y pastel de chocolate después, me platicaba porqué se le ocurrió devolverle el favor a su esposo y que en realidad no sabía si era lo mejor.
Llegó el momento cuchi cuchi de la noche, pues ya no teníamos espacio para más tazas de café y la cuenta era impostergable según la mirada del camarero.
¿A dónde? la pregunta del millón. “Llevame a un hotel con jacuzzi, pero solo a platicar”. Una vez instalados en la habitación, se metió a bañar para quitarse el apeste a perro que traía, mientras yo preparaba el jacuzzi.
Salió de la regadera enfundada en toalla hotelera extra grande, turbante turco-arabe en la cabeza, pantuflitas de fieltro y una pena que no le cabía en el cuerpo. Le puse más burbujas al jacuzzi para que se sintiera mejor por aquello de la desnudez. Mientras ella se metía con todo y toallas al jacuzzi y se hundía para evitar a toda costa que la viera desnuda, yo me hacía menso viendo la tele.
Una vez que estuvo sentada, tapada con burbujas y con el pudor menos concentrado, me acerqué para prender el hidromasaje. “¿No te vas a meter?”
La verdad no tenía intención de hacerlo, prefería darle su espacio, que se relajara, conversar un poco más y después llevarla con la honra intacta a su casa, pero con una posible historia que seguramente pondría como energúmeno a su esposo, consumándose virtualmente su venganza.
Lo que sucedió después.. bueno pues eso sólamente A lo podrá bloggear. Si así lo desea.